Marcelo tenía tan solo siete años cuando empezó a trabajar. Lo hacía junto a sus tres hermanos en Recife, uno de los mayores vertederos de Brasil, en dónde convivían con infinidad de gases tóxicos para el ser humano, ratas, y obviamente basura.
Marcelo y sus hermanos iban todos los días después de clase directamente a recoger chatarra para después venderla a un precio muy bajo. No era algo extraño para sus compañeros de clase, ya que la mayoría de ellos también iban porque tenían que sacar dinero de algún lado para ayudar a sus familias. Por esta razón, Marcelo dejó la escuela poco antes de cumplir nueve años y se dedico exclusivamente a la recogida y venta de basura. Allí se lo pasaba bien con sus amigos y hermanos, pero ninguno era consciente de lo peligroso que era respirar todos aquellos gases.
Un día comenzó a sentirse mayor, ya no jugaba, ni reía. Se sentía cansado, sin fuerzas... sin ilusión y poco a poco empezó a dejar de ver. Tampoco era algo fuera de lo común para la gente que trabajaba en el vertedero… era lo normal. Al igual que lo era fallecer tan sólo a los doce años de edad.
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